OPINIÓN. Por Jorge Elbaum (Para dejamelopensar.com.ar)
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Las mujeres llevan la bandera. Su luz es su empecinamiento. Las mujeres caminan la Patria aunque las fotos en las que desfilan sean habitualmente cortadas. Se las privó durante décadas de esa primera fila que realmente ocupaban. Van del brazo de compañeros que hoy aprendemos la potencialidad estructural de una sociedad sin patriarcado. Tosco guía sin narcisismo y con paso de honestidad gremial.
Difunde el eco de las calles sublevadas. Trae con él una marea que le saca la lengua al privilegio. Laburantes y estudiantes aliados en la imagen urbana de un 29 de mayo de 1969 cuya foto fue partida para obviar a la mitad del mundo. Instantánea de una Patria todavía no crecida del todo, pero con acumulación de ejemplos históricos disponibles para seguir desafiando a los poderosos.
Agustín como síntesis de una Escuela vital. Como pedagogía para criar hijxs sabiendo de él, de su sabiduría de unidad en la pelea. Cómo referencia obligada en el horizonte de lo más humano. Como contracara de la superficialidad que te come la conciencia.
Un tipo en mameluco armado de convicciones éticas y de integridad cotidiana que puede asemejarse a un abrazo profundo e indeleble. A su lado, las compañeras avanzan. Incluso desde antes de que seamos capaces de verlas. Sus cuerpos son la representación altiva de una vida que también evidencia éste presente y aquellos futuros.
Algo que nos costó ver porque teníamos los ojos tapados por la lógica patriarcal que aún ciega. Ellas, (siempre fue verdad) son más lindas cuando pelean. Y son más bellas, justamente, porque pelean. Esos fuegos incandescentes nos hacen ver las barricadas adheridas a las ternuras solidarias. Palabras limpias hechas consignas. Un sentimiento –que de alcanzarse– no se abandona nunca.
Ellas son el resguardo de este amor que nos legaron como complicidad clandestina. Ese amor que no arrugó ni siquiera ante el miedo de las charreteras. Ellas son la calle del encuentro. Presencias en las miradas de un tiempo que no estamos dispuestos a olvidar aunque vengan a degüello. Quizás todo sea más lento de lo que soñamos. Pero crece –imperceptible— tanto en la hendidura de un beso como en el registro de estas memorias con futuro.
Vienen de un lugar irredento.
De aquel lugar en que se inventó el coraje y la empatía.
De la hora en que Don José decidió encarar los Andes sin la ayuda de quiénes debían asistirlo.
De aquel país que le negó a Belgrano la jura de una bandera que buscaba diferenciarla del imperio colonial de entonces.
Este país fue fusilado en 1828 porque pretendió ser federal y que sus economías regionales no sean destrozadas por la codicia rentista de quienes pretendían, igual que hoy, ser funcionales a intereses ajenos a los nacionales.
Mi Patria fue perseguida y las cabezas de sus caudillos federales –que defendían a su gente humillada– fueron colgadas por los mismos que fusilaron a Dorrego.
Mi gente fue llevado a una guerra genocida contra el pueblo hermano de Paraguay.
Pero mi Patria no se rindió. Renació en la Revolución del Parque, volvió a respirar en un 17 de octubre y desfiló vestida de mameluco y dignidad un 29 de mayo.
Quienes valoramos la soberanía y la Patria Grande, quienes recordamos con emoción a nuestrxs 30.000 compañerxs y quienes no olvidamos el colonialismo sobre nuestras Islas Malvinas, sabemos que muchas de las banderas tatuadas en nuestros cuerpos tienen las imágenes de Agustín Tosco, de Elpidio Torres y de Atilio López.