BENDICIÓN URBI ET ORBI DEL 27 DE MARZO DE 2020

Para católicos, no católicos, creyentes, agnósticos y ateos…

En la bendición “a la ciudad y al mundo”, del viernes 27 de marzo, el Papa Francisco se refiere a la pandemia de coronavirus con consideraciones que vale la pena leer. Sin profesar religión, bien que con formación cristiana, me he atrevido a seleccionar algunos párrafos que considero trascienden lo estrictamente religioso y constituyen un motivo de reflexión, independiente de las creencias religiosas que cada uno de nosotros puede tener –o no-, que se centran en la idea de la salvación colectiva –nunca individual- y consecuentemente en la necesidad de revisar proyectos y prioridades. En el contexto del mensaje, entiendo que interpela en ese sentido a cada individuo, pero también, y quizás más sensiblemente, a cada pueblo. Y es inevitable vincular esa interpelación con los diversos proyectos políticos que gobiernan el mundo y, particularmente, América Latina, ya que la crisis sanitaria muestra descarnadamente cuales priorizan las ganancias de unos pocos en detrimento de las mayorías y cuales la salud y el bienestar de sus pueblos. Una buena oportunidad para replantearnos qué país y que sociedad queremos construir…

Dice Francisco:

… Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos.

… La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad

… Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos. 

… Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Texto completo en https://www.romereports.com/2020/03/27/homilia-completa-durante-papa-de-la-bendicion-urbi-et-orbi-extraordinaria/

CLAUDIO ANGELINI

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