JUAN DOMINGO, EL TAXI Y LA UNIVERSIDAD

– ¿Sus hijas estudiaron?, le pregunto.
– Sí. Una es psicóloga y la otra asistente social.
Me vuelvo a enorgullecer del país en el que nací y vivo.

RELATO. Por Julio Fernández Baraibar.

Tenía todo preparado para viajar a Mar del Plata. Una amiga me había invitado a una cena, tenía dos botellas de un excelente malbec en el bolso y mi hija me esperaba para pasar el fin de semana. Había ya una reserva en un hotel con una buena relación calidad-precio y ayer por la tarde había hecho la reserva en una aplicación para que me pasaran a buscar. Anoche preparé mi bolso y hoy madrugué como muy raramente suelo hacerlo.


El auto comprometido no llegaba y pasado unos minutos tomé un taxi. Un tránsito endemoniado y cuando llegué a la espantosa terminal de Retiro -larga y triste como el camino a la silla eléctrica- el maldito ómnibus ya se había ido. No quedó santo en el cielo ni oficialista en la tierra a quien putear. Las madres de los integrantes de la lista completa de La Libertad Avanza y del gabinete pasaron por mi boca atribuyéndoles la vieja profesión que se le atribuía -quizás malévolamente- a Aspasia de Mileto, la amante de Pericles.


Transpirando y cargando la mochila con la notebook y el pesado bolso con las dos botellas de vino, tomé un taxi sobre la Avenida Ramos Mejía. El conductor era un hombre mayor, de rostro un tanto consumido y calvo. Empezamos a conversar.
Me confesó que había tenido problemas al intentar renovar su carnet profesional. Le había resultado casi imposible realizar unos dibujos que le pidieron, seguramente con la intención de percibir su motricidad fina. Como consecuencia de ello, se sometió a una serie de estudios neurológicos que tuvieron un muy buen resultado y que, en realidad, lo que tenía era una total falta de práctica, tanto en leer, como en escribir y dibujar. Razón por la cual comenzó un taller.
Me resultó muy interesante la conversación. El hombre me contaba que era de origen tucumano y el séptimo hijo varón de un padre que sabía leer y escribir y una madre analfabeta.
— Vea cómo me llamo, me dice, mientras que con la mano derecha toca el cartel pegado en la parte de atrás del sillón del acopañante, donde dice el nombre del propietario del vehículo.
Miro. Juan Domingo Domínguez se llama mi conductor.
— Ja, se llama Juan Domingo, le digo riéndome. -Usted debe ser del 45 o 46.
— De 1949, me contesta.
Y me sigue contando de los ejercicio que realiza, con un grupo de hombres y mujeres mayores, con una psicóloga en La Tablada, para movilizar las sinapsis cerebrales adormecidas.
— La psicóloga nos dice que el cerebro es como una suma de pequeños chips que hay que hacerlos trabajar.
Me sorprende gratamente estar hablando de rudimentos neurológicos con un viejo tachero. Y el hombre sigue conversando. Me cuenta que perdió a su esposa hace 17 años y que ha seguido viviendo solo.
— Yo no hacía otra cosa que trabajar. Mi señora hacía todo lo demás. Mis hijas le deben a ella su educación.
— ¿Sus hijas estudiaron?, le pregunto.
— Sí. Una es psicóloga y la otra asistente social.
Me vuelvo a enorgullecer del país en el que nací y vivo.


— ¿Dónde estudiaron?, pregunto.
— En la Universidad de La Matanza, me responde de inmediato. – Es una gran universidad.
Y ya se me empieza a pasar la bronca por haberme perdido un festivo fin de semana en Mar del Plata. Y para meter un poco de púa, le digo:
— Eso es una prueba del papel que juega la universidad gratuita para que las personas mejoren su situación cultural y social.
— Pero, claro, señor, me responde. – Ahí se vinieron mis hijas el otro día a la manifestación, con toda la gente de la Universidad de La Matanza. Es maravillosa esa universidad.
Y ya me empiezo a poner más feliz y convencido de que no podrán, los hijos de puta no prevalecerán sobre un pueblo donde un taxista está orgulloso de la Universidad gratuita del lugar donde vive, un lugar en el que el 90 % de los vecinos son trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, en blanco y en negro, pero que saben que sus hijos podrán ser algo más que pura fuerza de trabajo.
— No afloje, amigo, le digo a Juan Domingo al bajar. – Siga con ese taller y siga con ese taxi. Usted ha entendido cómo es la cosa.
Me sonríe con una desdentada y bella sonrisa.

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Buenos Aires, 26 de abril de 2024.