por Daniel Guérin
En su libro “La guerra de la pulga”, Robert Bruce Taber definía la guerra de guerrillas como el fenómeno político de la segunda mitad del S-XX. El mecanismo había sido descrito por Sun Tzu y aplicado en varios momentos de la historia, sobre todo en procesos defensivos ante invasores muy superiores en fuerza.
Lo “novedoso” que observaba Taber era su utilización ya no solo para enfrentar enemigos externos, sino para modificar el statu quo de la propia sociedad en cuestión, aunque sí, sostenido ese estado por fuerzas externas más o menos evidentes.
En nuestra América lo sintetizamos bajo la dicotomía Liberación o Dependencia.
La idea de “la pulga” venía de asimilar el Estado a un perro y las pulgas reproduciéndose en distintas partes de su cuerpo hasta hacerle la vida imposible: La superioridad del número, frente a la superioridad de fuerzas.
Si aceptamos aquella afirmación, debemos considerar que lo que estamos viviendo en estos tiempos está signado por un fenómeno de similares características. Las pulgas picando el cuerpo del perro. Pero, además de los obvios objetivos absolutamente opuestos, tienen dos grandes diferencias, la financiación que los sostiene y la retaguardia que los resguarda. Estos dos últimos les permiten iniciar acciones aparentemente inconducentes que solo sirven para perturbar el “normal” desenvolvimiento de las instituciones republicanas y cobijarse en sus propias zonas de confort (los que acamparon frente al cuartel en Brasilia, tomaron sus valijas luego de la asonada y regresaron a sus hogares cual si nada hubiera pasado): La superioridad de la fuerza, frente a la superioridad del número.
En Bolivia, una vez recuperada la democracia luego del golpe de Estado, el levantamiento en Santa Cruz de la Sierra pone en tensión la gobernanza. En Venezuela, además del bloqueo económico, de asesinatos de dirigentes, intentos de desembarco de mercenarios y desabastecimiento; una asamblea callejera nombra un Presidente y ¡algunos países lo reconocen como tal! En Perú, los partidos de la oposición impiden y bloquean la gobernabilidad hasta conseguir la vacancia del Presidente y hoy, en nombre del orden que ellos no respetaron, la represión cobra un número creciente de víctimas fatales. En México la oposición política ha logrado cierta unificación a partir de falsas interpretaciones de las propuestas legislativas del gobierno, mientras se culpa al Presidente de los levantamientos de organizaciones de narcotraficantes que por primera vez se ven acorralados a la par de culparlo de la violencia contra periodistas que, si bien ha disminuido, no ha desaparecido. En Argentina la oposición impide toda actividad parlamentaria a través del control del cuórum, extorsionando al ejecutivo para iniciar a sesionar mientras la Corte Suprema resuelve sobre temas legislativos y ejecutivos dándole indicaciones a la oposición de cómo debe actuar. En Brasil, a una semana de asumido el gobierno, los asedios carreteros y las tomas violentas de las sedes del Estado bloquean el normal desarrollo de una administración que no terminó de acomodarse. Y la gota que colmató el vaso, los intentos de asesinatos de las Vicepresidentas de Argentina y de Colombia.
Esto es apenas un recorrido desordenado y de memoria de los hechos que impactaron, e impactan los últimos tiempos cuyo objetivo es imposibilitar cualquier acción de gobierno que no responda a sus intereses. Por un lado impedir, perturbar y paralizar para, por otro, culpar de inacción.
De los hechos expuestos surgen naturalmente algunas observaciones. Los que las realizan en cada territorio, justifican o intentan explicar las acontecidas en los otros. Es sintomático. En primer término cada uno de los que actúan en una acción en un territorio, están al tanto, explican, justifican y acompañan las acontecidas en otro. En segundo que los cabecillas visibles de las acciones, rara vez son las principales figuras que se beneficiarían pero a poco de analizar las comunicaciones se vuelven incuestionablemente relacionados con los hechos. En tercero y último, la coordinación entre las actividades en distintos países una vez pasados los hechos se vuelve obvia.
No se trata de teorías conspirativas, sino de seguir las organizaciones internacionales que los nuclean desde las que salen las líneas de pensamiento que luego explican o justifican las acciones directas que ejecutan.
Los remito a la Carta de Madrid, a la Fundación Internacional para la Libertad y a la subsidiaria del grupo de lobby parlamentario Unión Conservadora Estadounidense que los nuclea a todos: la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) verdadera usina, comando de operaciones y fuente de financiación de los movimientos contra las democracias como las conocemos.
Fundada en Maryland en 1974 con el discurso central de Ronald Reagan (fue su plataforma de lanzamiento hacia la presidencia) la CPAC reúne desde entonces dirigentes conservadores del mundo, multimillonarios, organizaciones, activistas y una multitud de seguidores conscientes o inducidos a través de los medios de comunicación y las redes sociales que dominan y les pertenecen.
Si los movimientos insurgentes de la post-guerra buscaban la independencia de sus pueblos a través de la toma del poder para reformular el Estado y sus instituciones, los de estos tiempos buscan impedir la reconstrucción de Estados fuertes capaces de ponerle límites al gran capital concentrado que los pretende minúsculos o inexistentes.
La dicotomía de estos tiempos se ha trocado en Democracia o Mafias, donde los Pueblos procuran mantener los últimos vestigios de Democracias e imaginar su propio futuro, frente al neoliberalismo que hace de todas, todos y todo un bien transable que cotiza en el mercado.