DERRAME

«Buenísimo – pensó el Negro -, si a él le va bien a mí también.»

Relato. Por Juan Reginato

Después de veintipico de años de cuidarle el campo un día les avisó que «lamentablemente» lo había rentado y que no requeriría más de sus servicios.

Al patrón no le gustaba hablar de indemnización. A cambio y como muestra de su bondad llevó al padre del Negro a las oficinas de ANSES para que le tramitaran la jubilación. Sin aportes, claro. Porque el Negro y su papá no eran empleados, «si casi casi eran de la familia». Para los dos el patrón era un «buen tipo» ya que siempre los había «tratado bien» y éste último gesto parecía confirmarlo.

Con la jubilación y el PAMI para el viejo, el Negro se vino a Bahía a probar suerte haciendo todo tipo de trabajos, en ninguno especialista pero en todos eficaz.

Así fue creciendo, hizo la casa, compró el autito. Y seguía trabajando porque, a diosgracias, no le faltaban clientes. Los vecinos que antes vivían de changas, cuando se afirmaron en un trabajo estable y contaban con un pesito le pedían al Negro una reja o un piso, o un techo para la piecita de la mayor.

Los que nunca habían perdido su empleo ahora podían pedirle al Negro que les mantuviera el jardín, o si la fiesta de 15 era con asado quién mejor que él para dirigir la parrilla.

Hasta el patrón lo vino a buscar, y eso lo puso muy contento. Es que en su nueva casa de Bosque Alto necesitaba recrear algo del estilo del campo y para eso pensó en restaurar algunos sulkys y las primeras máquinas, y quién mejor que el Negro para entender de qué se trataba.

Eso sí, le pidió al Negro que le facture los servicios y que el número fuera un poco mayor al que efectivamente habían acordado, porque «la yegua ésta nos está matando con los impuestos para mantener vagos en el Estado».

Pasaron algunos meses, y el Negro recibió una noticia que lo puso feliz: el patrón le contó que el nuevo gobierno había empezado por echar a centenares de empleados públicos y que entonces iban a pagar menos impuestos.

«Buenísimo – pensó el Negro -, si a él le va bien a mí también.»

Tiempo después algunas cosas cambiaron. Los que antes lo llamaban siempre ahora lo hacen cada tanto. Y los más fieles le regateaban el precio, mientras le explicaban que «Fermín, el de la vuelta, se quedó sin trabajo en la muni y ahora se las rebusca con la soldadora, por ahí no es tan bueno como vos, pero la diferencia es mucha» y así poco a poco fue dejando de pagar primero las patentes del auto, después los impuestos, después las cuotas.

Al que no volvió a ver es al patrón. Le contaron que tiró el sulky y en su lugar luce una réplica de la estatua de la Libertad, traída desde Miami.