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Lo innegable del resultado de las PASO 2021 es que el Pueblo está pidiendo un cambio de rumbo, no meras medidas coyunturales.

OPINIÓN. Por Claudio Angelini

Como siempre, si uno se queda con los titulares de los diarios y los zócalos de la TV corre el riesgo de equivocarse. Mi primera reacción, el domingo a la noche, fue ante el titular “amplio triunfo de la oposición”. Acostumbrado a asimilar “la oposición” con “Juntos por el cambio”, mi primera reacción fue de sorpresa y estupor (“¡votaron al verdugo!”, me dije).

Pero luego, al analizar los resultados vi lo siguiente:

(Votos positivos. TENER EN CUENTA QUE AQUÍ FALTAN CONSIGNAR VOTOS EN BLANCO Y ANULADOS QUE TOTALIZAN 6.4% Y QUE EL 32.5% DE LOS ELECTORES NO FUE A VOTAR)

La primera conclusión es que “Juntos por el cambio” no obtuvo más votos que en 2019, sino prácticamente los mismos porcentualmente hablando. De lo que se infiere -siempre haciendo aproximaciones muy gruesas y analizando solamente el escenario nacional- que la sangría de votos del FDT fue hacia otras fuerzas políticas: casi un 4% ganó la izquierda y casi un 14% la categoría “Otros” en la que se aglutinan desde “moderados” como Randazzo, hasta extremistas como Milei.

Uno podrá señalar que la izquierda tiene -al menos- un discurso que va en línea con los intereses populares (independientemente de su escasa voluntad de poder) y eso explicaría la migración de sufragios con la que se benefició. Del resto, y a excepción de alguna expresión del peronismo lamentablemente separada de la coalición gobernante, ninguno de ellos representa intereses nacionales ni populares. Muy por el contrario, encarnan -con matices- todo lo contrario (precarización laboral, marginalidad, economía al servicio de los poderosos, represión, etc., etc.) Es cierto. Pero en el imaginario de la mayoría de los votantes, menos politizados, menos dispuestos a profundizar los análisis políticos que permitan ponderar las diferencias y urgidos por una cotidianeidad cada vez más desfavorable, lo que sintetizan unos y otros, es que son “distintos” a las dos fuerzas mayoritarias. Es decir, ni pertenecen a la oposición que hace solamente dos años los empobreció brutalmente ni al oficialismo gobernante que no mejoró sus condiciones materiales de existencia. No puede pedirse a quien no tiene para comer que tenga paciencia y espere a que le lleguen los efectos beneficiosos de la incipiente recuperación económica y crecimiento de la actividad industrial que efectivamente existen. Ni que tenga en cuenta que con la ley de zona fría va a pagar algo menos de gas, por ejemplo. O que reconozca a la pandemia del COVID como una circunstancia inesperada que agravó gravemente el contexto económico.

Es decir, lo innegable es que el Pueblo está pidiendo un cambio de rumbo, que no debemos confundir con meras “medidas”. Si creemos que reeditando el IFE y aumentando algo las jubilaciones y los planes asistenciales se está respondiendo a la demanda que se expresó, estamos equivocados, si bien obviamente ello es necesario y urgente.

La demanda expresada podría resumirse en un cruzamiento entre aquella consigna expresada por el Movimiento Obrero en sus luchas hacia el final de la dictadura: Paz, Pan y Trabajo (entendiendo ahora la Paz como la necesidad de seguridad que expresan los ciudadanos, en especial de las zonas más marginadas) y las Tres T de Francisco, adoptadas por los movimientos sociales: Tierra, Techo y Trabajo. No es azaroso que en ambas aparezca el Trabajo: contrariamente al «sentido común» impuesto por el poder real, la inmensa mayoría del Pueblo quiere ganarse el pan con trabajo digno y no subsistir con dádivas.

En definitiva, la cuestión básica continúa siendo la distribución del ingreso nacional. Agrandar la torta (el PBI) es condición necesaria (e imprescindible) pero no suficiente. Si el reparto de los esfuerzos y beneficios, vía salarios, precios e impuestos, es inequitativo, las necesidades, y por ende las demandas, continuarán existiendo. Es claro entonces que la respuesta a estas demandas requiere afectar intereses. Siempre existirá la puja entre quienes perciben un salario y quienes lo pagan. O entre los formadores de precio y los consumidores. Ni que hablar de las grandes multinacionales que disponen de instrumentos para eludir su contribución impositiva.

Esa afectación de intereses obviamente genera conflictos. Consecuentemente, habrá que disponerse a enfrentarlos y administrarlos. De eso se trata la política. Esos intereses responden a adversarios muy poderosos, nadie lo ignora. Pero si no se decide dar la batalla, por la (siempre) desfavorable “correlación de fuerzas”, entonces no hay destino posible de felicidad para los argentinos. Para animarse a hacerlo basta recordar la cantidad y profundidad de reformas que logró Néstor Kirchner con un 22% de votos en 2003, que le valió el apoyo -y el cariño y la admiración- de una gran parte del pueblo argentino, lo que le permitió -en un círculo virtuoso- mejorar esa correlación para continuar introduciendo cambios a favor del Pueblo.  

Para dar esa batalla en desventaja es necesario que todos aportemos en una misma dirección. Por eso es necesario que la dirigencia escuche a las bases, que se abran los espacios a la participación de todos, que se revalorice la horizontalidad en la toma de decisiones (lo que no implica desconocer los liderazgos, muy por el contrario) y que se logre que aquellos individuos y organizaciones defensoras de los intereses populares (principalmente buena parte del Movimiento Obrero Organizado) que se alejaron, vuelvan y aporten. Porque todos son necesarios para configurar una agenda que priorice las necesidades de los que más sufren y así poder operar adecuadamente sobre ellas y transformarlas.