CUENTO. Por Edgar Alejandro Belleggia.
Escena I: La Fusiladora
La mirada ausente del Teniente General de nuestro Ejército Pedro Eugenio Aramburu llevaba consigo una histórica marca indeleble: la inconsciencia, la confusión eterna de un final que estaba en las antípodas del más mínimo destino heroico.
La Patria, ¿qué es la Patria?¿dónde está la Patria de Aramburu?
El sol plomizo caía sobre las ruinas del pabellón número 5 de Campo de Mayo.
Un pelotón de soldados marchaba a paso redoblado por el patio de armas equipados con sus anacrónicos fusiles Mauser 98. Iban a ejecutar a Juan, el loro de Perón, cautivo desde el momento mismo de la caída del que “ellos” llamaban tirano prófugo.
El Suboficial Mayor Jacinto Benavente se dirige tímidamente a Aramburu y de manera interrogativa lo consulta:
—Mi General e…es un loro, ¿no teme quedar en el ridículo?—
—No es un loro Suboficial, es un loro peronista y “al enemigo ni justic…” (para sí mismo)¿dónde escuche yo esa frase? Bueh…proceda soldado, proceda.—
Lejos de temerle a la muerte próxima el ave con ojos desafiantes se negó a que el Suboficial Mayor le vendara los mismos. Los cargos que esgrimió el apócrifo tribunal de alzada fueron de sedición, al entonar en varias oportunidades las estrofas de la marcha peronista.
Era vox populi que el loro Juan, desde el primer día que asumió el gobierno de facto, predicó cual pitonisa y en diferentes Ágoras Las Veinte Verdades Peronistas, La Razón de mi Vida y a denunciar cada artículo derogado de la reforma constitucional de 1949.
Ante el acto de clemencia de permitir pronunciar unas últimas palabras a Juan se le escuchó decir al mentado suboficial: “Póngase sereno y apunte bien, va usted a matar a un hombre”.
Al unísono crepitó la metralla de los diez subordinados parapetados
que disolvió el cuerpo de nuestro alado mártir.
Una señal cuasi divina llamó la atención de los allí presentes todos educados en la fé católica y propensos a reparar en esta clase de milagros:
Tras la nube de humo y posterior desintegración de nuestro héroe se vieron suspendidas del cielo cayendo solamente dos plumas verdes las cuales al llegar a la altura de las atónitas miradas formaron un dibujo inconfundible, un símbolo más que claro, una alegoría de lo que justamente deploraban con toda su alma, la letra V. De esa manera el loro dejaba este mundo, diciéndoles aún muerto a esos vende patria ¡VIVA PERÓN!
Escena II: La Confesión
El Papa Francisco en su despacho del Vaticano revisa sus papeles ordenando, en una tarea más que rutinaria, las actividades para ese día, uno de tantos, uno cualquiera.
De reojo ve asomarse por la puerta de entrada al General y con la sorna que lo caracteriza al ver que ya el oficial estaba adentro, entona:
—♪♫ He llegado hasta tu caasa, yo no sé cómo he podido ♪♪.—
—Su Santidad, su sarcasmo hiere, comprenda lo difícil que es para mí…—
—Hijo, tu eres católico.—
—Si Padre, lo que hice lo hice teniendo la fé como orden primordial.—
—La fé, la fé,…si todos tuviéramos un poquito menos de fé.—
—Le aclaro que vengo hasta aquí con una tranquilidad de conciencia supina. Pero Santo Padre, tuve una visión: el Arcángel Omar se me presentó en sueños; profetizó que mi alma vagaría errante por los infiernos eternamente. Yo a ese no lo tengo, vestía una indumentaria dudosa azul y amarilla, eso sí las alas parecían de verdad.—
—Estee…a ver, conciencia, si hijo lo que pasa es que vos no venís por un tema de conciencia. Acá viniste a aclarar un poquito la Historia,
el compromiso, a diferenciar la paja del trigo. Y en la Historia, nuestra
Historia, si no hubo mala intención hubo equívocos fueron muy graves
¡querido!
—Desde luego que hubo equívocos, que hubo excesos, somos huma-
nos pero todo tuvo una intención patriótica ¡Padre! La Patria siempre fue lo primero, nuestra prioridad. Nuestro mayor defecto fue pecar de demasiado altruistas en pos de una Patria soberana y libre, sobretodo libre.—
—Libre, ¿libre de qué?—
—¿Cómo de qué?, del fascismo, del populismo demagogo que le hizo creer al ciudadano medio que con su sueldo medio podía comprarse televisores led, camionetas 4×4 o viajar a Europa (¿eso dónde lo escuché?), libre en definitiva de ese tirano sangriento.—
—Bien, vos le llamás tiranía al gobierno popular elegido dos veces de la manera más legítima que se hizo en la Historia. ¿Vos me querés decir que liberaste al Pueblo Argentino del Estatuto del Peón Rural, de las vacaciones pagas, del aguinaldo, de las Obras Sociales del acceso a la educación en todos los niveles, a la Salud Pública?—
—¡Si!—
—¿Y para eso tuviste que mandar tus aviones a bombardear la Plaza de Mayo llena de gente y a matar a quinientos inocentes?—
—Bueno, por ahí se nos fue un poco la mano.—
—Mandaste a matar a varios camaradas de armas.—
—Mire, la ley marcial dice…—
—¿Hay pena de muerte en la Argentina?, siglo XXI estamos hablando.—
—¡…!—
—El quinto mandamiento es muy claro en ese sentido.—
—Le vuelvo a repetir Padre, la Patria, la Patria en ese momento me lo demandaba.—
—La Patria, ¿qué Patria, la patria financiera?¿la patria oligárquica terrateniente?¿la patria anglo dependiente surgida después de Caseros en el siglo XIX con Bartolomé Mitre a la cabeza?—
—Su Santidad, usted me marea, aprovecha su investidura sagrada para confundirme.—
—Hijo, estás aquí para salvar tu memoria más que tu alma. A tu alma ya la condenó el Pueblo y tu cuerpo es comida de gusanos hace un buen rato. Esta conversación es para otra cosa, la eternidad ¿entendés?, la eternidad.—
—¿Usted Padre me quiere decir que puedo llegar a lograr el perdón
divino?—
—Como representante de Dios en la Tierra, como jefe de la Iglesia Católica y hombre de fé yo te absuelvo de todos tus pecados, pero como Peronista no, ¡jamás!—
Escena III: Las Profundidades del Averno
La reunión con Francisco había dejado al General bastante aturdido. Aturdido no de manera literal, auditiva, sino a nivel de pensamiento, y tampoco, de sentimiento más que de pensamiento.
Su ánima errante a esas alturas le sugería una decisión importante: al modo de los grandes héroes griegos, peregrinaría por los oscuros caminos del infierno en busca del consuelo eterno. Los poemas homéricos que había leído con sumo entusiasmo en su adolescencia se le mostraban ahora vívidos, presentes y, ¿quién era él menos que Heracles, Odiseo, Teseo o Eneas, El Dante si se quiere?
Decían antaño que el Tártaro tenía una multitud de puertas de entrada. El General Pedro Eugenio Aramburu tomó la que tenía más a mano: el antiguo foso de agua que rodeaba el campo de juego de la cancha de Boca Juniors en la mítica Bombonera. Allí lo esperaba un gondoliere:
—En los funerales, los familiares del muerto dejaban debajo de la lengua del difunto dos monedas de oro, precio que debían pagar para que su alma sea transportada en un bote similar a esta.—
—¡Ma que monedas, fuera, acá tenés que dejar doscientas entradas de reventa, ¿no hablaste con Angelici?—
—Perdón, ¿no es usted Caronte, el barquero, ésta no es la laguna Estigia?—
—Me llamo José Barrita y que yo sepa éste siempre se llamó riachuelo Matanza, ¿se siente bien jefe? No entiendo de lo que me habla pero en fin, esto de morirse tiene sus desventajas, antes cuando yo era El Abuelo había más respeto, no me iban a cagar así de fácil pero dele
que lo llevo.—
—Una pregunta, más adelante tengo que enfrentarme con Cervero, el ferosísimo perro de tres cabezas, ¿hay algún ardid secreto como para sortearlo?—
—Mire, no sé que cuento le contaron a usted pero en la puerta va a encontrar a los caniches de Perón, con una patadita se asustan, ¡ese General sí que la tenía clara!—
Era obvio, aquellos héroes griegos cultivaban y aspiraban a lo que se llamaba areté, era un estado de excelencia en la virtud como humano tanto en tiempos de paz como en la guerra. De modo que el contacto con los campos infernales era una tarea dificultosa en grado máximo: ríos de fuego, monstruos inquebrantables. No era el caso de nuestro Almirante que el ingreso al Averno se le hacía una nimiedad.
Así es como el ex presidente de facto se encuentra ante unas escalinatas y un edificio estilo grecorromano que lo hace recordar a Comodoro Py. Al traspasar la gigante puerta construida en bronce forjado lo recibe una chica muy mona y lo conduce a una sala de reuniones después de trasponer el amplio hall ornado con altas columnas jónicas.
—Señorita, su cara me resulta familiar, ¿no nos hemos visto en alguna oportunidad anterior?—
—Soy Nélida Roca.—
—¿Nélida Roca?—
—Sí, ¿a quién esperaba encontrar, a la Arrostito? No General, acá estamos en otra cosa.—
—Ya veo,…ya veo.—
Dentro de la sala en cuestión lo abandona la especie de secretaria y lo recibe un militar de alto rango del Ejército Argentino. Muy amablemente lo invita a un estrado donde lo hace tomar asiento frente a otras cuatro personas de facciones familiares, cosa que lo hace sentir como en casa.
—¡General don José!, no lo tenía por aquí, más bien lo hacía en un lugar más celestial, más acorde con nuestra fé católica apostólica y romana.—
—Ya lo ve Pedro Eugenio, la fé no siempre es el camino de la salvación, es más la salvación de unos depende la mayoría de las veces de los procederes de los otros. En este caso la otredad es usted, ironías del destino.—
—Haber si voy entendiendo, ¿usted, el padre de la patria, está acá por mí?—
—¡Muy bien Generalísimo, bingo!—
—Lo que estoy intuyendo es que estoy inmerso en una tragicomedia, primero mi entrevista con el Papa, ahora me recibe el General San Martín en persona, estoy muy confundido, no sé si es una distinción, una penitencia, un calvario.—
—Es mucho más profundo que eso Aramburu, éste es el juicio de la Historia, es una corte marcial celestial mi querido por ponerle nombre propio. Usted se ha encontrado culpable de alta traición a la Patria. Le presento a los miembros del jurado: El General Manuel Belgrano, no sé si lo conoce; la Generala Juana Azurduy; el General don Martín Miguel de Güemes; y la cabeza del General Ángel Chacho Peñaloza, tuvimos que elegir entre el cuerpo y la cabeza porque no pudimos reunir las dos cosas gracias a gente que como usted se creían también patriotas.—
—Sigo sin entender, esto ya lo viví, a mí otras personas me hicieron un juicio revolucionario y me ejecutaron.—
—¡Generaal!, eso fue cosa de unos chicos imberbes, con muy buenas intenciones pero imberbes al fin. ¡Ésto es lo que va en serio!—
—Y bueno, si llegamos hasta aquí, que sea, me imagino que tengo derecho a un buen abogado.—
(Juana Azurduy) —Mirá chamigo, vos en tu época hiciste cosas muy fuleras.
(General Aramburu) —Me habla en guaraní siendo usted del noroeste.—
(J.A.) —Es que no entendés nada vo che. El idioma latinoamericano es uno solo. Te educaste leyendo al cipayo de Bartolomé Mitre y ni siquiera se te ocurrió dudar ni un poquito. Igual ese no es el punto como verás llevo el pañuelo verde a modo identitario, quiere decir que vas a tener que responder por tus crímenes en cuestiones de género.—
(G.A.) —¿Generala, me está hablando del famoso Viva el Cáncer? esa mujer no merecía clemencia?—
(J.A.) —¡Te afanaste un cadáver, perico! lo ultrajaste y si no es por la valentía de algunos compañeros, lo hacías desaparecer para siempre. Pero te olvidaste de una cosa: LA MEMORIA DE UN PUEBLO. Intentaste borrar de la historia a la más maravillosa mujer que tuvo la Argentina, pusiste todas tus energías en anular la obra maravillosa de nuestra Evita que fue hacer feliz a millones de compatriotas. Sí, aunque a vos no te guste la Argentina, la bandera, el himno, son esas mujeres y hombres que lloraron ese 26 de julio de 1952 la muerte de esta señora que aborreces. Evita es inmortal, vos ni siquiera sos Pedrito porque nadie se acuerda o si se acuerda pero muy mal.—
(G.A.) —Yo…lo hice por los intereses de la patria, para extirpar de raíz el recuerdo de esa prostituta. Nuestra gente no se lo merece.—
(J.A.) —¡Pero que sabe vo de nuestra gente…! Prohibiste nombrarla, ultrajaste su cuerpo sin vida, solo una mente enferma hace eso, destruiste sus estatuas. Con eso lograste el efecto contrario, sino mirá los gurises que en el `52 no habían nacido como la veneran y cantan con alegría la marcha peronista. ¡A mí no me cagás! no la soportás por el simple hecho de que es Mujer, así con mayúsculas. No tenés remedio ni perdón de Dios, ¡aña memby!—
(Manuel Belgrano) —(¡Qué difícil se está poniendo estoo!), A ver General…—
(G.A.) —Belgrano, yo soy fana suyo, para mi usted es otro Padre de la Patria, encima abogado…creo que me va a dar una manito con este trámite.—
(M.B.) —¿Le resultan a usted familiares los apellidos Beresford y Whitelocke?—
(G.A.) —Como resultarme, me resultan muy familiares, son los generales ingleses que intentaron invadirnos y hacernos Colonia en 1806 y 1807, y que derrotamos heroicamente tirándoles aceite hirviendo.—
(M.B.) —Veo que se ha tomado la molestia de leer. Usted dice bien cuando usa la palabra Colonia, ¿y para qué piensa que los ingleses querían invadirnos General?—
(G.A.) —Para imponer una dependencia británica de ésta, nuestra geografía, usted lo sabe mejor que yo.—
(M.B.) —Muy bien. Otra vez da con la palabra indicada: DEPENDENCIA. Ahora…¿No se le ocurrió nunca pensar que ellos querían hacer de nuestro comercio propiedad suya, usufructuar nuestros recursos naturales y humanos como a la Corona Británica se le antojara? hablando mal y pronto.—
(G.A.) —Para eso vinieron a invadirnos, es una obviedad histórica lo que me pregunta ¿me está tomando examen mi general? porque no le caso la onda todavía.—
(M.B.) —Es algo un poco más complejo, quizá usted preferiría tener a Bernardino Rivadavia frente suyo.—
(G.A.) —¿…??—
(M.B.) —Está visto que usted en el caso de un ataque externo no dudaría en defender nuestro territorio, militarmente claro, sin embargo cuando le tocó gobernar confirmó como asesor económico a un representante de potencias extranjeras.—
(G.A.) —Usted lo dice por el doctor Prebisch, por favor mi general, Raúl fue un colaborador importantísimo, todo un patriota. Su tarea en Naciones Unidas lo avalaban muy largamente.—
(M.B.) —Nunca escuchó la frase: “El gato es mal guardián de las sardinas”.—
(G.A.) —¡Pero por favor…por favor mi general! usted se hace eco de las palabras de esos defensores del populismo a ultranza, no me ponga a la par de los canallas… no me diga…no me.—
(M.B.) —¿O sea que usted no se hace cargo del descalabro económico que causó su tan mentada Revolución Libertadora?—
(G.A.) —Descalabro fue el que dejó ese tirano que se nos escapó por poco. Repartiendo a diestra y siniestra toda la bonanza entre sus “cabecitas negras” a cambio del voto.—
(M.B.) —Volviendo al tema de la dependencia, ¿quién se cree que se benefició con la eliminación del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI)?, nuestro país seguro que no, tal vez algún paisito angloparlante, con la derogación del artículo 40 de la Constitución del año 1949, con la devaluación de nuestra moneda.—
(G.A.) —¡Aaah, por ahí venía la cosa!, mi general era necesario deponer un régimen autoritario y demagogo en favor de restablecer las libertades individuales de nuestro pueblo.—
(M.B.) —(Hablando para sí mismo) ¡Me doy…este tipo es imposible!—
(La cabeza del Chacho Peñaloza) —Nosotrro…nosotrro estamo siendo bastante clementes con vos oime don. Para ser la fiscalía, demasiado suaves con los alegatos. Y vos mi general no estás largando ni prienda. No te estás haciendo cargo de ninguno de los atropellos que cometiste contra el pueblo argentino. No te estoy contando siquiera tus “enemigos”, sino la gente indefensa.—
(G.A.) —(Hablando para sus adentros), ¡otro que me habla en distinto!—
(ChP) —¡Cha que…bombardeaste la Plaza hermaano, …te fuiste al chancho con esa, había chicos chicos, ancianos, mujeres, todas personas inocentes..!—
(G.A.) —Vuelvo a repetir, la nación necesitaba expulsar al tirano sangriento, la guerra tiene esas cosas y si cuesta la sangre de algunos compatriotas, la historia los recordará como mártires de una buena causa.—
(ChP) —¿De qué guerra me estás hablando..? me hacé acordar a ese jue hiena de Sarmiento, maestrito sí. Mirá como me dejó que ni cuerpo tengo. Pero vos, vos estás teniendo todas las posibilidades para redimirte ante el santísimo y no lo estás aprovechando. Les prohibiste hasta nombrar a sus benefactores Perón y la santa Evita que tanta felicidad les habían traído.—
(G.A.) —Esos apátridas, ni me los nombre que me hace poner nervioso. ¡Ma qué felicidad, despotismo puro!—
(ChP) —Trabajo Aramburu, derechos que con los oligarcas nunca, salarios dignos y un proyecto de país independiente.—
(G.A.) —A mi me hizo poner el luto obligatorio cuando se murió esa.—
(ChP) —Los pobres santos que antes eran poco menos que semi esclavos se podían ir de vacaciones, algunos como los de mis pagos riojanos vieron el mar por primera vez, llega a comprender eso General. ¡Qué va a comprender usted si siempre fue un servil de los ingleses y los terratenientes pseudoaristócratas de mierda!—
(G.A.) —No le permito…—
(ChP)—¡Qué no le permito ni ocho cuartos, ya me cansaste Maula, no te soporto más, andate al infierno generalito!—
(G.A.) —Se supone que en el infierno es donde estamos.—
(Martín Miguel de Güemes) —Ay Aramburu, Aramburu, a ver si lo salvamos con un 4. Por lo visto y oído usted no tiene la más mínima intención de salvar su alma.—
(G.A.) —Es que me estoy sometiendo a un jurado muy parcial. Se me endilgan actos que…no sé, ustedes saben lo necesario que es ralear la escoria el comunismo apátrida acecha por varios flancos. Uno está obligado a tomar decisiones non sanctas en ocaciones.—
(M.M.de G.) —¡Comunismo apátrida le mandó el chabón! General usted fusiló a un camarada de armas.—
(G.A.) —¿El General Valle?, un sedicioso. Me organizó ahí nomás sobre el pucho una sublevación que si no la corto de raíz me cuesta el honor, mi carrera y la mar en coche.—
(M.M.de G.) —Ejecutó a estos muchachos civiles en los basurales de José León Suárez, los masacró diría yo—
(G.A.) —¡Unos comunistas! es como le contaba hay cosas que son necesarias.—
(M.M.de G) —Le recuerdo que en la Argentina del siglo XX no existe la Pena de Muerte.—
(G.A.) — ¡Me calenté! por más Güemes y San Martines que ustedes sean “no voy a dejar mis convicciones en la puer…ta…” ¿dónde escuché eso? …bueno nada, no me van a convencer, hice lo que hice y chau.—
(General San Martín) —General don Pedro Eugenio no le tenemos que decir que usted es culpable, su ánima quedará vagando por estos lugares sin descanso. Usted solito se condenó al admitir como ciertos todos sus crímenes de lesa humanidad.—
(G.A.) —¡Destino esquiiivo!—
Escena IV: El Calvario Eterno
El alma del Teniente General del Ejército Argentino Pedro Eugenio Aramburu queda vagando por los laberintos infernales sin consuelo. A orillas de un gran lago de fuego lo esperaba otro barquero que lo conduciría a ninguna parte. Ese era su castigo: Ninguna Parte. Todos los personajes como él, que no cumplen con los designios de su Pueblo corrieron, corren y correrán la misma suerte: un ostracismo llamado OLVIDO.
—General, sorpresa verlo.— —
—Gondolieeeere, ¿De dónde lo tengo visto?—
—De la radio quizás, soy Agustín Magaldi por si mi cara le resulta familiar.—
—Ahhh, con razón, …cántese algo.—
—Con mucho gusto,
“♫♪ Los muchachos peronistas
todos unidos triunfaremos
y como siempre daremos
un grito de corazón… ♫♪”