Por Guillermo Guerín.
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Historia Mínima 1- Vientos de sal.
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Si nos daban a elegir playa, preferíamos «la Tiburoncitos». Nos resultaba familiar y presentaba varios atractivos además de la historia. Había sido la playa del Corchito Sugden, un viejo guardavidas que tenía el récord mundial de permanencia en el agua y había cruzado el Canal de la Mancha arrastrando una nadadora inglesa acalambrada. Su presencia, nos jerarquizaba.
Era cambio de quincena y primer día luego de la sudestada. Mar planchado y viento norte; a pesar de que era obvio que se venían las aguavivas, con el Manso ni dudamos en subir la bandera azul.
Sombrillas a estrenar y caras nuevas obligaban a sacar pecho y transmitir tranquilidad. Por eso fue que ante el requerimiento de unas familias acerca de ese algo que flotaba allá lejos, nos metimos sin dudarlo derechito en su búsqueda.
El asunto estaba más adentro aún que el eterno y desvencijado bote amarillo. Recuerdo que cuando lo pasamos y saludamos, el viejo sabio nos miró fijo y sin decir nada siguió pescando. Extraño, ya que el hombre nos alentaba y recibía siempre en su mundo.
Teníamos 19 años y poco tabaco encima, pero nos costó y tardamos bastante. Lo cierto es que cuando llegamos, los tamariscos del espigón del faro se habían puesto bien chiquitos. Imposible narrar aquí, y a pesar del nerviosismo, el infinito placer de observar a la playa desde mar adentro.
No costó nada despertarlo; el tipo miro la costa y casi se nos muere del susto. El regreso fue tenso al principio, pero al rato se puso amigable. Se estaban poniendo de moda, la había comprado en Palermo. Creo que nunca entendió nuestra explicación acerca de las bondades del ancla y los riesgos de las colchonetas inflables.
Pobre, la pagó carísimo. Se enojó tanto que se volvió a Buenos Aires; por suerte la pudo mostrar en los piletones del Club de los Amigos.
Era bastante común, a Monte Hermoso lo elegían muchos porteños por sus playas grandes. Buena gente, pero el problema era que a veces se perdían.
A los días y ya recuperados, el “viejo” Larsen se arrimó y nos habló de las leyes del mar y los efectos del cambio de mareas. Se van las corvinas, sale la pescadilla y el pejerrey busca arriba. Y claro; cambian las corrientes.
«Es que ustedes le entraron mal, fue por eso que nadaron tanto. Era mejor entrar por la rambla y esperarlo, que correrlo de atrás.»
Tal vez, la simpleza de la Tesis Larsen tenga la profundidad de quien siempre mira al horizonte.
Esto de no saber bien cómo enfrentar las corrientes, puede ser trágico.
Unas décadas después y con varias tormentas encima, el contenido de sus frases fue adquiriendo cada vez más potencia.
Cuando la época muestra imágenes impensadas, cuando los libros que circulan no alcanzan o hablan de otra cosa, me vienen las palabras del hombre del mar.
«Yo los veía, pero no podía hacer nada… Pensaban que iban al Sur, pero la correntada los llevaba al Este.»