OPINIÓN. Por Jorge Elbaum (1)
Mis compañeras y hermanos se juntan hoy junto a una mesa para celebrar la vida. Unos agradecen haber sobrevivido a la pandemia. Otros no pueden superar las pérdidas. Algunos ni siquiera tienen fuerza para levantar una copa porque tienen extraviada la mirada en un punto lejano. En esa distancia sienten que perciben algo un poco más cercano que lo visible. Un algo de alguien. Un contacto despejado de todo lo contaminado por lo insignificante e inmediato.
Millones de lxs que están unidos a esta sensación celebran la esperanza de un nacimiento. El reinicio insistente de la existencia humana en forma de un Dios trasmutado en niño. Una cadena de vitalidades que nace en el lugar de la pobreza, en el formato más humilde que la época consigna: familias perseguidas por un imperio omnímodo que se pensaba invencible y eterno. Pies hinchados de exilios forzosos, ocupaciones militares y crucifixiones ejemplificadoras para imponer el terror como pedagogía.
La navidad y el año nuevo son la cronología de una encrucijada: angustia y esperanza. Dos líneas en contacto emocional que funcionan como un espejo del tiempo articulado. El pasado con sus aprendizajes y sus pérdidas. El presente con sus miedos, sus apuestas intactas o sus dubitaciones. El futuro como luz primaveral o como depresión de oscuridades. Todos entran en estas fechas . Los que celebran y los que lloran.
Hoy, en soledad, o en compañía, habrá un momento aproximado en que se condensarán proyectos y duelos. En esa combinación de alegrías y tristezas habrá una convocatoria de euforia y despedida. Algo parecido a una señal quimérica pero carnal de una voz que se extraña, de una distancia que se recuerda, de una palabra que identifica.
En mi caso –lo confieso– atravesaré la Plaza de Mayo para compartir con quienes organizan desde hace años las navidades de los sin techo. Luego me encontraré con afectos entrañables que me ayudan a transitar los días.
Están invitados, también, los Curas en Opción por los Pobres, cuya prosapia –aducen múltiples testimonios– se asemeja con bastante precisión a lo que se conoce como verdadera humanidad. Algunxs tocarán el timbre o golpearán la puerta y se irán apurados para abrazarse con sus familias. Junto a todxs ellos se repetirá la antigua consigna irrevocable respecto a una “Navidad sin Presxs Políticxs”
Con una copa de vino en la mano voy a sumergirme en esta sensación sublime y vital que implica la promesa perenne de América Latina y el Caribe. Nunca pude dejar afuera de mis mesas familiares a mis progenitores emocionales: hoy nos hicimos espacio en el patio para que entren 30 mil compañerxs. Varios de ellos me advirtieron que vienen con un espectro diáfano y desafiante al que sus allegados conocen como Ernesto.
Se comprometieron a venir, también, bravos nombres de batallas sociales diversas, laburantes y militantes orgullosos, que siempre se empecinan en advertirme sobre la necesidad de no olvidar quiénes somos, cuáles son los proyectos que no pueden traicionarse y quiénes son los enemigos de esos sueños.
Junto a estos fantasmas buenos y a la multiplicidad de nombres que nos pueblan. Con la certeza serena de sabernos en el camino adecuado de la pelea y la dignidad, miro a mis hermanxs, los convoco, y no dejo de celebrarlos con la combinación exacta de eso que llaman risa, de lo que conocemos como llanto y que la sabiduría más trascendente define como abrazo.
(1) Para dejamelopensar.com.ar (https://dejamelopensar.com.ar/2021/12/24/natividad-de-ieshu/)