NESTOR KIRCHNER: EL HOMBRE QUE NOS HIZO VOLVER A CREER.

OPINIÓN. Por Claudio Angelini

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Cuando se convocaron las elecciones de 2003, conocía poco (o nada) a Néstor Kirchner, a quien no obstante ello voté, viendo a los competidores que enfrentaba. Al conocerse los resultados de la primera vuelta, en la que había sido superado por poco más de dos puntos por el coautor de la tragedia que sufría el país, no tuve dudas y me dispuse a votarlo nuevamente en el ballotage, lo que no fue necesario porque el adversario riojano renunció a la contienda, oliendo una derrota segura y potente.

Habiendo sido testigo del saqueo y de la catástrofe social que había producido y de la violencia que dejó treinta y nueve muertos en diciembre de 2001 y continuó con el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en junio del año siguiente, no albergaba mayores expectativas de que las cosas fueran a cambiar para mejor, y menos aún para las víctimas más débiles: pobres, desocupados y jubilados…

Pero aquel 25 de Mayo se me encendió una luz de esperanza, cuando lo escuché a Kirchner en su discurso de asunción en el Congreso decir que “cambio es el nombre del futuro…”, que había que “…comprender que los problemas de la pobreza no se solucionan desde las políticas sociales, sino desde las políticas económicas…”, que “no se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos…”, reconociéndose parte “…de una generación diezmada, castigada con dolorosa ausencias…”, que “tengo valores y convicciones que no pienso dejar en la puerta de entrada de Casa Rosada” y finalmente “vengo a proponerles un sueño”…

Mi actitud entonces fue pasar del escepticismo a sentir que había que prestarle atención a ese flaco desgarbado, algo estrábico y de nariz particular, que ese mismo día se había lastimado la frente de puro ímpetu en su abrazo con el pueblo, y que hablaba distinto a los todos del “que se vayan todos”. Percibí dos cosas: una, que era auténtico, que realmente pensaba y creía en lo que estaba diciendo, y la otra, que tenía los cojones para intentar poner manos a la obra.

Todo lo que vino después confirmó que esa percepción había sido acertada. Al tercer día de haber asumido, subió a un avión y viajó a Entre Ríos a solucionar personalmente el problema por el que el gremio docente venía reclamando desde hacía largo tiempo sin resultados. Y de ahí en más fue un torbellino. Lo vimos actuar cumpliendo una por una las consignas de ese discurso histórico, que se convirtió en una hoja de ruta que recorrió desde el principio hasta el final.

Así Argentina materializó una refinanciación histórica de la monstruosa deuda externa que el ciclo neoliberal comenzado en 1976 había acumulado, logrando una quita del 75% sobre el valor nominal (la reducción de deuda más grande de que se tenga memoria), basando su propuesta en el más elemental sentido común: los muertos no pagan, para pagar necesitamos crecer. Y sin ese lastre comenzó una recuperación económica increíble, con tasas de crecimiento del PBI asombrosas, recuperación del empleo y del consumo. El salario mínimo pasó de $ 360 en 2003 a $ 1.240 en 2007. En el mismo período logró incrementar las reservas internacionales desde casi U$S 14.000 millones a más de U$S 47.000 millones. No conforme con eso, a principios de 2006 canceló la deuda que Argentina tenía con el FMI.

Al mismo tiempo deshizo los escandalosos negociados que habían constituido las privatizaciones del Correo Argentino y de Aerolíneas Argentinas, reestatizando ambas empresas, al igual que Astillero Río Santiago y AySA.

Néstor se arremangó, logrando poner la máquina en marcha, pero nunca dejó de estar atento a que los beneficios que se fueran obteniendo se distribuyeran con equidad, al contrario de lo que había venido pasando desde el 76 casi sin interrupciones. Decretó numerosos aumentos a jubilados y pensionados (siempre privilegiando a los de “la mínima”) y comenzaron a funcionar las paritarias. Entonces, los trabajadores pudieron volver a soñar y proyectar. Ya no temían quedarse sin empleo, y comenzaron a pensar en cosas simples que les permitieran algo de goce: una piecita más para que los hijos estén cómodos, un auto usado (y por qué no un “Golcito” cero kilómetro) para disfrutar con la familia, una semana de vacaciones en la costa… Así, esos trabajadores le agregaron a su condición la de consumidores, y entonces el comercio y la industria se revitalizaron: Mercado Interno, que le dicen…

Pero no se limitó a mejorar la situación material, lo que por supuesto redundaría en un incremento de su popularidad. Se metió sin dudarlo con cuestiones que no necesariamente eran prioridades para toda la sociedad y por consiguiente no producirían tanto «rédito político»: la integración de la Corte Suprema de Justicia (aquella de la “mayoría automática” menemista), la defensa de los Derechos Humanos y la política de Memoria, Verdad y Justicia, incluyendo en ella la derogación de las leyes de impunidad.

También nos alegró el alma con su mirada latinoamericanista y la relación fraterna que estableció con Hugo Chavez, Lula, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, el Pepe Mujica (todo lo que tomó carnadura en 2008 con la creación de la UNA SUR que Néstor después presidió) y nos hizo disfrutar por la posición que sostuvieron en 2005 en la Cumbre de las Américas ante el mismísimo Bush, cuando le dijeron todos juntos NO al ALCA. Se hacía realidad la integración anhelada desde muchos años antes, cuyo primer paso había sido el Mercosur, ideal abandonado por largo tiempo, reemplazado por la alineación con el imperio dispuesta por el menemato de las relaciones carnales y continuada por el breve bostezo que fue la Alianza.

El Flaco no fue un gran orador, pero demostró que en política –como en la vida- lo importante, lo que perdura y lo que le cambia la vida a nuestros semejantes no es lo que se dice (ni como se dice), sino lo que se hace (“mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar” decía Juan Perón).

“Los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Eso fue Néstor Kirchner. Por eso lo seguimos recordando y extrañando tanto a diez años de su partida, sintiendo que el ímpetu de su presencia y su visión estratégica son irremplazables. Pero aun así, muchos seguimos creyendo que es posible cumplir el sueño que vino a proponernos aquel 25 de mayo de 2003…